3- Conocimiento y posesión de Si para la unidad Interior sobre el eje del valor Jesucristo
La vida espiritual es la vida de una persona concreta que se relaciona con Dios. El cristiano que da lugar a su vida espiritual no deja nada de sí fuera de esa relación: toda capacidad, don, elemento de su cuerpo, psicología, vida de relación social, laboral, etc. Están en juego en esa relación vital que vive con Dios. Esto constituye la autenticidad de la relación… no es una postura, un maquillaje, un rato de “ejercicio”.
Vivir la Espiritualidad no es realizar un conjunto de ritos o sostener un conjunto de creencias que pueden ponerse y sacarse como un sombrero que como tal se superpone al resto de la vida. La verdadera vida espiritual implica toda la vida y toda la persona.
Cuando hablamos de espiritualidad cristiana hablamos de algo dinámico: es un caminar vitalmente la propia existencia en relación íntima con Dios, en un crecimiento transformante continuo, donde el Espíritu transforma y da la fuerza para que libremente colaboremos en nuestra santificación y la del mundo entero.
Como con una relación con otra persona necesitamos conocernos, mutuamente y a la vez cada uno a si mismo… qué puedo ofrecer de mí, ¿qué poseo? ¿Quién soy y cómo?, qué necesito? ¿Cuáles son mis puntos débiles, mis heridas y fortalezas? Tener las respuestas no necesariamente depende de qué edad tenga ¿verdad? Sino del tiempo que me he regalado para entenderme como ser humano, también de la formación que he recibido a nivel de la antropología, de la psicología, por ejemplo…
Como decíamos en el video…. Somos más complejos que el salterio o citara…. ¿Qué es lo que necesitamos conocer de nosotros mismos? ¿Para qué? ¿Qué “nota “es la que regula toda la “afinación” de mi persona? (o en otras palabras, bajo las ordenes de qué “autoridad “o “valor” alineo mi persona: anhelos, búsquedas concretas, sentimientos? ¿qué mueve mi intelecto, mi voluntad, mi afectividad?
Conocimiento y posesión de sí
Como la parábola de los talentos (Mt 25,14-30) el hombre recibe bienes que debe hacer fructificar para alcanzar la santidad. En un mundo fragmentado, cambiante, vertiginoso, secularizados, individualistas, gnósticos, es difícil para el hombre conocerse a sí mismo y buscar el sentido último[1] Es difícil encontrar los espacios y tiempos, además de los elementos formativos adecuados para conocerse mejor, entrar en contacto real consigo mismo y desde allí establecer relaciones profundas, verdaderas e integrales con los demás y Dios.
Importancia del conocimiento de sí
En Soliloquios Agustín dice que solamente importa conocer dos cosas: Dios y el alma. Dos realidades correlativas, sin el creador la creatura desaparece. El cristiano sabe que en Cristo encuentra la clave, la explicación de su propia existencia: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado”.[2]
Algunos obstáculos
¿Por qué nos cuesta preguntarnos cuestiones fundamentales de la existencia y orientar la vida interior como relación personal con Dios? ¿Por qué hoy se buscan respuestas en antiguas y nuevas vías del esoterismo y gnosis?
- Estado del hombre caído, alienado. En la región de la desemejanza va contra sus más profundas aspiraciones. Atraído por lo inmediato, lo externo y sensible, se olvida de Dios y de sí que son valores permanentes. Vive un estado de distracción y negligencia respecto de sí movido por la curiositas considerada por Bernardo de Claraval una enfermedad del alma. Volcado hacia el exterior descuida su núcleo íntimo de la existencia: su corazón e ignora su vocación altísima de comunión con Dios.
- Gran desarrollo técnico y científico y cada vez mayor ignorancia sobre el hombre y su destino último.
- A esta disposición del espíritu vuelta hacia la exterioridad se le agrega la sobrecarga de imágenes, para captar el sentido de las cosas se requiere calma y tiempo, aturdidos no pueden comprender, discernir ni reflexionar. Intensidad y violencia de los estímulos impiden el ejercicio adecuado de sus capacidades propiamente espirituales: intelecto y voluntad. Los maestros espirituales siempre aconsejan silencio y soledad para hallar la quietud necesaria para el recogimiento y el encuentro con Dios.
- También se da una pérdida de contacto con la Revelación, los hombres en sus ciudades perdieron los signos y espacios de trascendencia. Relación con la naturaleza, signos sagrados, edificios tapan iglesias.
- En una cultura materialista e inmanentista predomina el clima psicológico (estado interior que se convierte en ambiente donde actúan nuestras capacidades cognitivas, volitivas, afectivas… etc). Hay una preeminencia del ámbito sensorial.
- El hombre construyo sistemas de pensamiento complejos abarcando todo el universo del saber sin referencia a las verdades trascendentales, así la razón se hizo incapaz de elevar la mirada y alcanzar el sentido último de las cosas.[3]
¿En estas circunstancias adversas al desarrollo de la vida espiritual qué podemos hacer?
Buscar un espacio interior para buscarnos a nosotros mismos, retomar el dominio de nuestras capacidades, ante todo aquellas espirituales y mixtas para que puedan relacionarse rectamente con sus objetos: la verdad, el bien y lo bello. Estamos llamados a recobrar la conciencia de los dones recibidos, la capacidad de advertir que sucede en nuestro interior, juzgarnos moralmente y obrar en conformidad con el verdadero bien. Así podremos advertir cada vez más la presencia de Dios en nuestras vidas, comprometiéndonos en el plan de salvación en la que está inserta nuestra historia[4].
Repasemos algunos conceptos fundamentales con estos dos videítos…
¿Que es el hombre?
¿qué es el alma?
El hombre en cuanto persona
El hombre es persona, sujeto inteligente y libre, propietario de sus actos. Es su yo personal el que realiza los actos, está llamado a cobrar conciencia sobre ellos, a juzgarlos moralmente para poseerse cada vez más a sí mismo y entrar en comunión con Dios y el prójimo.
La conciencia psicológica le permite a la persona volver sobre sí mismo y reconocer como suyos esos actos, sentimientos, deseos, etc. Es el primer paso para el crecimiento espiritual y netamente humana. La conciencia moral implica un juicio ético en orden al bien y al mal, no encierra al hombre en sí mismo, lo abre a la llamada que Dios le dirige de manera personal.
La conciencia, sagrario del hombre, lugar de encuentro personal con Dios. Nuestra capacidad de respuesta a Dios depende del grado de autoconciencia y advertencia moral de cada uno.
Interioridad y realidad:
La interioridad implica la vida del yo, capaz de relacionarse con Dios, con el mundo y las personas y cosas. De todo esto el hombre toma nutrientes para vivir. Interioridad no es encerrarse en nosotros mismos sino abrirse al mundo creado y a Dios donde el alma obtiene sentido y vida. La vida del yo puede desarrollarse a distintos niveles de profundidad. Ser superficial, o ser profundo. Edith Stein se sirve de la metáfora del castillo interior de Teresa, hay quienes se quedan en la puerta de entrada y otros van entrando hasta la morada donde habita Dios. (Edith Stein ser finito y ser eterno)
Dios habita en las profundidades del alma y solicita libremente al yo para que éste emprenda el camino interior que conduce a la unión con El. El yo es ayudado por la gracia, se va poseyendo cada vez más, adquiere un siempre mayor dominio psicológico, moral, espiritual de lo que ya tenía ontológicamente. Esta posesión de si no es fin en sí misma, es condición para entregarse siempre más libremente y totalmente a Dios y al bien del prójimo.
Hacia la posesión de si: hábitos y valores en la vida espiritual
El recorrido del crecimiento espiritual supone conocimiento de Dios, de sí mismo y el ejercicio de la libertad en el desarrollo de hábitos, de disposiciones interiores que hacen más fácil la acción divina en nosotros. En un mundo cambiante, sin referencia moral y espiritual, los hábitos nos ayudan a desarrollar la unidad interior necesaria para elegir, más allá de las circunstancias, la verdad y el bien que Dios desea para cada uno de nosotros.
Diversidad de hábitos
La unidad interior requiere la educación de las capacidades humanas: intelecto, corazón, voluntad mediante el desarrollo de hábitos naturales e infusos, psicológicos, morales, teologales, formales y materiales.
El habitus es una disposición estable que permite al hombre realizar ciertas operaciones o actividades con prontitud, facilidad y placer. Se podría decir que los hábitos constituyen una segunda naturaleza.”
Algunos hábitos son naturales: dependen del actuar humano, somos capaces de adquirir hábitos psicológicos y o morales.
Otros son sobrenaturales: infundidos en el espíritu humano con la gracia santificante que informa, purifica y eleva las capacidades espirituales.
Pueden distinguirse entre hábitos psicológicos y hábitos morales: los ps. Conciernen al actuar de nuestras capacidades sin referencia a la bondad o malicia del acto. Por ej: la firmeza de carácter. (se puede ser firme de carácter para cosas buenas o malas, hay ejemplos en la historia)
Ciertas corrientes de espiritualidad insistieron demasiado sobre el dominio de la voluntad capaz de someter las distintas fuerzas de la naturaleza, pero los hábitos de la voluntad y del intelecto que prescindan de valores morales serán insuficientes para el progreso espiritual.
Hábitos morales: se definen en orden al bien o al mal de la persona. Los hábitos buenos son virtudes y los malos vicios. Ambos son disposiciones estables que facilitan la realización del bien o del mal. Las virtudes como la prudencia, rectitud y tienen como objetivo el bien integral del hombre, lo disponen a obrar bien y lo hacen moralmente bueno. Estos hábitos son naturales en cuanto dependen del esfuerzo humano para adquirirlos.
Los h. morales pueden ser también sobrenaturales: dan nueva luz y fuerza a nuestras capacidades para realizar actos humano-divino de pureza, fortaleza, fe, esperanza y caridad. (virtudes teologales) Quien está enriquecido con los hábitos infusos de las virtudes teologales, encuentra en Dios la regla suprema de su actuar, norma a la cual se subordina la misma razón. (sto Tomas)
Mediante el ejercicio de las virtudes morales y aun mas de las virtudes teologales, que tiene como objeto a Dios mismo, el conjunto de rasgos que constituyen la personalidad singular, se integran de un modo orgánico. El hombre empieza a juzgar según la verdad, en orden al bien, resuelve y decide cosas definitivas permanentes para la tierra y el cielo.
La cultura contemporánea no simpatiza con las virtudes morales y teologales, las cree fruto de neurosis, hipocresía… las derrotas humanas hacen también que no creamos en la virtud. No obstante, los santos de ayer y hoy dan testimonio que el conjunto de virtudes puede arraigar en nuestro terreno sanado y perfeccionado por la gracia.
La santidad cristiana no es la perfección griega, no elimina la fragilidad y debilidad humana, sino que hace de ellas el material para el desarrollo de la humildad y la caridad.
Teresa de Lisieux dijo:
“ser más grande me es imposible, debo soportarme, así como soy con todas mis imperfecciones (…) soy demasiado pequeña para subir la fatigosa escalera de la perfección. Ser pequeña significa no atribuirse nunca a uno mismo las virtudes que se practican, creyéndose capaces de algo, sino reconocer que Dios pone el tesoro de la virtud en la mano de su niño para que lo utilice cuando lo necesita, sin embargo, es siempre el tesoro de Dios”.
Hábitos formales y materiales
En el hábito formal pueden aplicarse a realidades muy distintas, hábitos psicológicos como fortaleza, pueden usarse para la guerra o para la paz, el trabajo o el robo…
En el hábito material las capacidades están orientadas hacia una idea, un proyecto que compromete toda su persona (mente, voluntad y corazón) (la madre por ej su valor es el hijo y por el toda ella se mueve)
Es importante la adhesión a valores concretos en la constitución del hombre espiritual. (M. Scheler en su ética material de los valores en oposición a la ética formal de Kant)
Cuando la mente adhiere a lo que percibe como un bien y el corazón se deja despertar en su contacto, esta realidad se convierte en un valor, en un bien capaz de movilizar nuestra voluntad, de transformar nuestra existencia. Nos movemos según valores y no teorías.
Los valores espirituales exigen el esfuerzo de nuestra inteligencia y libertad, nos invitan a superar las tendencias instintivas y sensibles, reclaman una respuesta que sea expresión de un dinamismo más personal, espiritual y profundo.
En la vida espiritual, es importante el desarrollo de hábitos materiales del intelecto informado por valores fundamentales: la gloria de Dios, la salvación del prójimo, la paz, solidaridad…. Y por hábitos formales de la voluntad como la racionalidad, la capacidad de decisión (ps) y la rectitud (virtud ética)
Es importante que los valores presentes en nuestra mente y corazón sean verdaderos, metafísicamente fundados en la bondad del fin último trascendente, Dios y jerarquizados por El. El hombre necesita un valor supremo que corresponda a sus exigencias de espíritu encarnado, que lo atraiga en sus dimensiones psico ético espiritual, adaptado a las circunstancias en las que vive, capaz de instrumentalizar adecuadamente los otros bienes y que le permita desarrollar su persona en el tiempo y para la eternidad.
Jesucristo valor supremo
El cristiano descubre que Jesucristo es el valor verdadero, fundamental, absoluto, capaz de comprometerlo enteramente: el tesoro hallado al que se le subordina todo para poseerlo. Todo debe ser puesto al servicio de ese valor supremo JC. Capaz de atraer todas sus capacidades (mente, corazón, voluntad, sensibilidad, energías físicas, etc)
El principio unificante – el “valor Dios”-, llamado a mantener firmes todas las dimensiones de la vida personal y social está profundamente en crisis. Para encontrar la unidad interior personal y construir una cultura y civilización verdaderamente humanas necesitamos volver al conocimiento y amor de Dios y de sí como dos realidades que no pueden separarse. Todas nuestras potencias están llamadas a alcanzar la salud, el correcto orden pensado por Dios en base a un valor unificante: Jesucristo, y con el “afinar” nuestras cuerdas.
Todos los santos encontraron en Jesucristo el centro dinámico de sus vidas, esta centralidad se expresó con diversos matices a lo largo de la historia. La espiritual de valores que encuentra en JC su valor supremo no excluye, sino que incluye y jerarquiza los valores creados en cuanto tienen fundamento en Cristo, de Él derivan y a Él se orientan.
Esta vida espiritual no se realiza sin la presencia del Espíritu Santo (La gracia de Dios conmigo) que atrae al hombre y lo llena de vida nueva.
El Espíritu Santo es quien derrama su luz y su fuerza divinas en nuestro corazón (Cf Ef 3,14-16) permitiéndonos comprender de modo nuevo nuestro ser hombres y la llamada a conformarnos continuamente a Cristo. Con la fuerza del Espíritu Santo encontramos la energía para realizar la verdad de nuestra propia existencia y es el Espíritu Santo quien transforma progresivamente nuestro mundo interior, madura nuestra humanidad en verdad y el amor. El artista que esculpe la piedra para que en ella se revelen los rasgos de Cristo, pero pide correspondencia y docilidad.
J P II a los artistas les dijo “la conversión del corazón es, por así decir, la obra de arte común del Espíritu y de nuestra libertad”.
Edith dijo:
“Solamente cuando nos dejamos guiar enteramente por la acción del Espíritu, llegamos a ser plenamente nosotros mismos, las estructuras interiores que derivan de mecanismos y esquemas demasiados estrechos, empiezan a deshacerse como la nieve bajo el sol y, sin el obstáculo de alguna errada inhibición y rigidez, podremos fácil y alegremente ser plasmados por Dios”.
En esta oración tradicional de la Iglesia podemos constatar que los cristianos tenemos conciencia y pedimos al Espíritu nos de lo necesario para modelar nuestro ser.
Ven, Espíritu Santo, y envía del Cielo un rayo de tu luz.
Ven, padre de los pobres, ven, dador de gracias, ven luz de los corazones.
Consolador magnífico, dulce huésped del alma, su dulce refrigerio.
Descanso en la fatiga, brisa en el estío, consuelo en el llanto.
¡Oh luz santísima! llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles.
Sin tu ayuda, nada hay en el hombre, nada que sea bueno.
Lava lo que está manchado, riega lo que está árido, sana lo que está herido.
Dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está extraviado.
Concede a tus fieles, que en Ti confían tus siete sagrados dones.
Dales el mérito de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales la felicidad eterna. Amen