La vida consagrada es una de las cosas más lindas de la Iglesia. Me emociona ver la vida comunitaria y cómo de maneras tan distintas los consagrados aman a Dios y al prójimo siguiendo su carisma. Es una respuesta total y plena a lo que el Espíritu Santo llama a vivir y hacer cada uno de ellos y son ejemplos para todos los cristianos.
Creo que lo que más admiro de los consagrados que conozco, es su búsqueda insaciable de Dios, su obediencia total y su formación constante. Además de la Evangelización con alegría y como servicio a los demás. Dejan su vida por la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo. Aman a María y siguen las enseñanzas de sus Santos fundadores.
En mi vida tuve la gracia de poder conocer a muchos consagrados, en especial agustinos recoletos. Entre ellos. hay uno que me unió muchísimo a Nuestra Madre María. En él pude ver como Ella, a través de su amor y dulzura, pudo cambiar radicalmente a una persona. A pesar de las situaciones dolorosas y difíciles que en cierto modo compartimos, él me enseña a ser alegre, compasiva, generosa y sobre todo nunca dejar de confiar en María. Ambos acompañamos en el tratamiento contra el cáncer a un ser querido y en mi caso también la muerte y su paso a la Vida Eterna. Y María nos unió para confirmar que entregárselo todo a Ella, es entregárselo todo a Dios de la manera más perfecta.